Napalm Death vuelve a Buenos Aires por 3er año consecutivo y sin perder el filo
Hay bandas que vienen a cumplir, bandas que vienen a girar… y bandas que vienen a reafirmar una forma de vida. Napalm Death pertenece a la última categoría. Su paso por Uniclub este 5 de diciembre fue un recordatorio visceral de que el grindcore sigue siendo un arma, una declaración de principios y un espejo que refleja las miserias de este mundo con la honestidad de un martillazo.
Con el venue repleto antes incluso del horario pautado, la noche se vivió como una especie de asamblea furiosa: cuerpos apretados, calor espeso y una expectativa latente que, pese a los años de trayectoria de la banda, se vive siempre como la primera vez. Porque si hay algo que Napalm Death nunca traiciona es su urgencia.
MEDIUM Y MANGER CADAVRE: DOS FORMAS DE PREPARAR LA TORMENTA
La noche empezó con Manger Cadavre, representantes del deathgrind brasileño con una propuesta destructiva y absolutamente sin concesiones. El set fue una descarga de violencia técnica, velocidad precisa y una actitud en escena que dejó claro que la banda vino a dejar huella en Buenos Aires. Fue un show corto, filoso, ejecutado como quien dispara ráfagas calculadas: directo al pecho.
Luego llegó el turno de Medium, banda extrema argentina que, a esta altura, ya es una referencia local dentro de la franja más ruidosa del under. Su sonido —mezcla hirviente entre death, black y punk— encendió el clima con una densidad perfecta para un show de Napalm Death: riffs que parecían serruchos, voces que rotaban entre la guturalidad y el lamento, y un pulso rítmico que no concede respiro.
UN NAPALM DEATH ATÍPICO, PERO MÁS POTENTE QUE NUNCA
—Sorprenden subiendo 15 minutos antes. Nada de esperar. Nada de maquillaje. Grindcore puro—
Los miembros de Napalm Death entraron al escenario sin ceremonia y sin advertencia, como si estuvieran escapando de una explosión. Ya sin lugar libre en el recinto, la banda atacó con “Multinational Corporations, Part II”. Un inicio clásico y simbólico: el martilleo industrial que denuncia la explotación corporativa mundial. Es una obertura que funciona como manifiesto político: esto no es entretenimiento, es confrontación.
De inmediato continuaron con "Silence Is Deafening" profiriendo un grito contra la desinformación masiva. Posteriormente continuaron con "Lowpoint", "Smash a Single Digit" y "Contagion".
El show entero se movió con esa dinámica: un ciclón sin pausas en el que incluso los temas más recientes del repertorio convivieron perfectamente con los clásicos extremos de los 80 y 90.
La ausencia de Shane —corazón histórico de Napalm Death— fue una sorpresa amarga para muchos. Aun así, el reemplazo cumplió de manera admirable: sonido grave, sostenido, firme, con suficiente presencia para que la banda no perdiera espesor. No intentó imitar a Embury: simplemente aceptó la pesada mochila, se la puso y subió al escenario a hacer lo suyo.
Si el grindcore tiene un vocero universal, es Barney Greenway. Esa noche fue puro desborde físico: corrió por todo el escenario, hizo gestos expresionistas propios de un teatro punk, se inclinó, se arqueó, agitó el micrófono como si fuera un arma improvisada y entre tema y tema, dejó claro por qué Napalm Death sigue siendo una institución ética:
Discursos contra el fascismo, la intolerancia y la extrema derecha. Barney habló de: respeto, libertad de expresión, derechos humanos y el peligro creciente del autoritarismo global. Todo con un tono directo, sin épica barata. Grindcore militante, honesto, incómodo, exactamente como debe ser.
El setlist de la noche fue una radiografía de toda su historia que incluyó los ya mencionados y Resentment Always Simmers, Amoral, Backlash Just Because, Fuck the Factoid y Cold Forgiveness.
Estas canciones muestran a un Napalm Death más rítmico y más denso. Un sonido de metal extremo que ya dejó atrás cualquier categoría simple.
Canciones como The World Keeps Turning, Retreat to Nowhere, Social Sterility y Dead condensan su ADN más grindcore punk, tocados con una velocidad grotesca que solo ellos pueden sostener.
Suffer the Children fue uno de los momentos más intensos de la noche: Barney la canta con un nivel de desesperación que, tres décadas después, sigue doliendo.
Canciones como Scum, Control, You Suffer (sí, duró lo que dura, pero siempre se siente como un manifiesto completo), Nazi Punks Fuck Off (Dead Kennedys) y Siege of Power marcaron el final de la noche.
El cover de Dead Kennedys fue directo, urgente y político. Una elección que no busca quedar bien con el público: es parte del ADN ético de la banda desde los tiempos de Lee Dorrian.
Y “Siege of Power” funcionó como un cierre monumental: un recordatorio de que Napalm Death inventó algo más grande que un género. Inventaron una forma de resistencia.
El sonido de Uniclub fue bestial sin volverse confuso. Las frecuencias medias estaban afiladas, las voces al frente y la batería en modo demolición hidráulica.
El pogo fue constante, con mucho crown surfing y moshpits como nos tiene acostumbrados Napalm y su público.
El show no pasará a la historia por su producción ni por alguna rareza técnica. Será recordado porque demostró que el grindcore, incluso después de 40 años, sigue siendo un instrumento de sublimación, una denuncia, un espacio para pensar y para destruir lo que debe ser destruido.
Fue un show en el que la furia se transformó en terapia, y la brutalidad en un gesto profundamente humano.
Napalm Death reafirmó una vez más que quizás no sean la banda más extrema del mundo Pero SI SON la banda más necesaria.











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