Mayhem en Groove: 40 años de caos, fuego y legado en una noche irrepetible

 


Hay conciertos que se viven como un evento. Otros como una ceremonia. Y después están noches como la del 2 de diciembre en Groove, donde Mayhem —los arquitectos del black metal más influyente y maldito de Noruega— convirtió un martes cualquiera en una misa negra histórica que repasó, sin concesiones ni distracciones, las cuatro décadas de una banda que redefinió a todo un género.

La jornada empezó sin demasiados preámbulos. No hubo banda soporte, solo un set de DJ cuya existencia rozó la anécdota. Lo que en otro contexto podría leerse como una falla técnica, acá terminó funcionando como un anticipo involuntario del clima que se venía: tensión, silencio expectante y una sala llena que no quería intermediarios. Nadie fue a Groove a ver teloneros; todos fueron a presenciar a Mayhem.

Acto I: El Mayhem moderno—frío y despiadado

La banda salió al escenario con “Malum”, un arranque abrupto, oscuro, con la densidad característica de su era más reciente. El sonido fue contundente desde el primer golpe: la voz de Attila, completamente poseída; Teloch y Ghul formando una muralla de riffs; Hellhammer —una institución en sí mismo— marcando la pauta con una precisión que parece inhumana.


El primer bloque del setlist se centró en la era post-De Mysteriis Dom Sathanas, con una selección que no dejó dudas respecto a su vigencia: La selección incluyó canciones como Bad Blood, MILAB, Psywar, Illuminate Eliminate, Chimera, My Death, Crystalized Pain in Deconstruction, View From Nihil, Ancient Skin y Symbols of Bloodswords.

Es un repertorio que demuestra cómo Mayhem se rehízo, se reconfiguró y evolucionó tras cada tragedia. Chimera y My Death fueron puntos especialmente altos, interpretados con un aire de nihilismo absoluto que dejó al público inmóvil, atrapado.


La frialdad escénica —sin discursos, sin interacción— no resta; suma. En Mayhem, la distancia es parte del mensaje.

Acto II: La oscuridad eterna — la trilogía maldita

Cuando empieza a sonar “Freezing Moon”, se genera ese fenómeno difícil de explicar: un silencio que parece absorber la sala entera. Attila la interpreta con una teatralidad morbosa, casi ritual, mientras las luces proyectan sombras alargadas sobre el escenario. Es un momento congelado en la memoria de cualquier fan del black metal, y acá sonó exactamente como debe sonar: solemne, etérea, perturbadora.

Este bloque estuvo integrado por canciones como Life Eternal y De Mysteriis Dom Sathanas

Ambas ejecutadas con una fidelidad tremenda, casi reverencial. Mayhem interpretando estas canciones a 40 años de su nacimiento es una reafirmación de por qué siguen siendo la referencia obligada del género.


El cierre del bloque central fue “Funeral Fog”, con las voces originales de Dead sonando en pista. Un recurso que podría haber resultado polémico o forzado, pero que acá funcionó como lo que fue: un homenaje directo, crudo y respetuoso al mito más grande y trágico de la historia del black metal. 


A medida que avanzaba el show, las pantallas comenzaron a proyectar entrevistas, material de archivo, fragmentos de la historia primigenia del black metal, imágenes crudas y momentos que cualquier fan reconoce sin necesidad de traducción. La evolución del sonido, el pasado trágico, la estética, las transformaciones: todo estaba ahí, condensado en flashes que parecían preparar al público para una lectura completa del legado de Mayhem.

Acto III: El retorno a la barbarie

Si el show hubiese terminado ahí, ya hubiera sido histórico. Pero lo mejor estaba por venir.

Para el encore, Mayhem invitó a dos figuras fundacionales:

Messiah (voz)

Manheim (batería)

Es decir: la formación primigenia de los años 80, recreando el espíritu violento y primitivo que marcó el nacimiento del black metal. El salto temporal fue brutal, casi cinematográfico.


La banda atacó sin piedad con himnos como Deathcrush, Chainsaw Gutsfuck, Necrolust y Pure Fucking Armageddon

Fueron 15 minutos que parecieron un estallido de dinamita. Manheim tocando con furia pura, sin las complejidades del Hellhammer virtuoso; Messiah escupiendo cada palabra con rabia juvenil; y Teloch/Ghul ejecutando los riffs fundacionales con respeto, pero sin suavizarlos.


Era como presenciar un agujero negro; el pasado y el presente superpuestos, la evolución y la esencia conviviendo sin contradicción.

En conclusión

No fue un show pensado para el espectador casual: fue para quienes conocen, sienten y entienden lo que esta banda significa. Para quienes saben que Mayhem es una narrativa que marcó a generaciones enteras del metal extremo.


Cuarenta años después, Mayhem sigue siendo lo que siempre fue: un acto de agresión artística. Una ceremonia de oscuridad. Una institución imposible de imitar.

Y en Groove, en una noche cálida de Palermo, esa historia volvió a escribirse con sangre, ruido y devoción absoluta.


Crónica redactada por Ortiz Andrés

Fotografías por Vallejo Leandro 

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